Acerca de Beethoven a los 187 años de su muerte
«Fidelio y la Oda a la alegría, esas flechas del idealismo revolucionario. Beethoven, el Prometeo que es castigado por los dioses y magnificado, porque nos ha dado el fuego nuevo, la chispa divina», Pierre Boulez (Puntos de referencia).
Los seres humanos tenemos, entre otros rituales, los correspondientes a la libertad, ese lugar donde lo más esplendoroso del espíritu y lo más estremecedor de la carne hacen de una dicotomía siempre frustrante un acorde único y espléndido. Los pentagramas de Beethoven son uno de los espacios donde se asienta ese ritual de la libertad. Esa música que signa nuestra vida cotidiana, nuestra sensibilidad, nuestras costumbres. Los derechos del hombre son el titular de la batalla que el ser humano libra por la convivencia armónica, los derechos elementales y la solidaridad social. Cuando Leonard Bernstein, ante la caída del muro de Berlín, dirigió frente a la puerta de Brandemburgo una interpretación conmovedora de la Novena Sinfonía de Beethoven en la que la palabra alegría (Freude) fue sustituida por libertad (Freiheit), dio en la tecla de lo que esos pentagramas de Beethoven significaban para la humanidad, adquiriendo su validez universal y por ello transformándose en alegoría cósmica de un hombre sordo y libre.
El espíritu iluminista de Beethoven (la fraternidad humana, el triunfo de la verdad, la lealtad, la lucha por el triunfo del amor, la exaltación del héroe, los ideales de la libertad, la lealtad, la perseverancia y el sacrificio) junto con su pasión romántica, hacen de él el portavoz de un sentido del mundo complejo, alejado de caminos de sentido único. Cuando en Fidelio, el coro de los prisioneros, exalta la alegría de su liberación, lo que está en juego, reivindicando su validez ecuménica, es justamente el derecho a la libre expresión de nuestras vidas, a liberarnos de los catacúmbicos recesos de la celda, a poder gritar nuestra esencia de seres humanos sin renuncias ni postergaciones.«¡Oh, libertad, vuelve a nosotros!» dibujan las gargantas hasta un momento antes atenazadas.
Beethoven, más que cualquier músico, ha sido objeto de diversas interpretaciones. La densidad humana del personaje, sus arrebatos temperamentales, sus dramas familiares, su vocación ética, su aislamiento, lo han trasformado en la insustituible voz del humanismo. Gustav Mahler lo llamó «heftig ausbrechend« («la violenta erupción») y eso fue Beethoven, un mar bravío que hizo del ser humano el destinatario de lo más noble que lo humano ha podido gestar. Por eso es de justicia imperecedera recordarlo también en estas fechas.
Arnoldo Liberman y Ariel Liberman