El envejecimiento y el temor a la muerte, con los cambios de todo tipo que conllevan, es algo que tenemos que atender aunque a veces nos cueste hacerlo. Si bien un niño puede comenzar a adquirir una concepción realista de la muerte desde los siete años, parece que nos cuesta creer en ella a lo largo de la vida. Las enfermedades y la disminución de las capacidades corporales nos van confrontando con el paso del tiempo.
La biología y las relaciones psicosociales, la regresión en la vida que supone la vejez, chocan con aquello que en psicoanálisis se conoce como la carencia de sentido del tiempo en el inconsciente. Por otra parte, lo reprimido y aquello que no hemos podido asimilar durante la vida, vuelve en sueños, en síntomas y en la forma de enfocar las relaciones cotidianas. La independencia que se consigue con los años va evolucionando hacia una mayor dependencia que precisa de la ayuda de otros familiares y de la misma sociedad. Sigue leyendo